Juraj Vankulič y Matúš Horváth 

Ha pasado en otras ocasiones, demasiadas, y lamentablemente, volverá a pasar; no porque sea inevitable, probablemente la amenaza siempre estará ahí, y en un futuro próximo algún terrorista del odio, volverá a matar. Sin embargo, hay margen para reducir el riesgo, hay conductas privadas y colectivas que pueden contribuir a atenuar el peligro,  Todo atentado de esta naturaleza obedece a un patrón muy claro, ruido y furia en la conversación pública, polarización, fanatización, acción, conmoción y olvido, para que en cualquier otro rincón del mundo, otro lobo solitario inspirado por sus predecesores asesiné en nombre de las ideas totalitarias, supremacistas, integristas, en nombre del “ismo”  que haya seducido y posteriormente hackeado al terrorista correspondiente.

La muerte de Juraj y Matúš ha conmocionado a Europa, dos vidas segadas por un fanático de la intolerancia, alimentado por el odio latente que estigmatiza a los los “otros”, multiplicado hasta la nausea en las redes sociale, difundido por político irresponsalbes y mediocres, y banalizado por un entorno social tensionado por la polarización y la fragmentación identitaria. A veces el estruendo es de tal magnitud que se torna en un akelarre de putrefacción retórica que envenena mentes, hasta que alguna organización totalitaria apriete lo suficiente para radicalizar al sujeto en cuestión y convertirlo en un lobo solitario asesino. 

Eslovaquia fue anexionada por los nazis en 1938, desde Bratislava se hicieron las primeras deportaciones de judios a Auschwitz, luego los comunistas asesinaron la libertad de sus gentes la ciudad está atravesada por el Danubio que hace de frontera natural con Austria, y por tanto fue la línea divisoria entre la libertad y la opresión durante toda la guerra fría, hay quien apunta a 80 personas muertas a tiros en su intento de cruzarlo a nado. En 1968, los soviéticos tomaron la ciudad, 2300 tanques fueron enviados a todo el país -entonces Checoslovaquia- para reprimir el “experimento” -así lo llamaron en el Kremlin- de construir un socialismo en libertad. La historia de cebó con esté país que es prácticamente el corazón de europa por ser su centro geográfico. Juraj y Matúš son los últimos nombres de esa historia infame que nos asalta en todos los rincones de la Unión Europea, nuestro país incluido. Es legítimo preguntarse, qué hemos aprendido, cuantó hemos olvidado, cuan responsables somos como sociedad por no haber sido capaces de convertir la memoria en un escudo contra el totalitarismo y la intolerancia. Totalitarismo y odio que plasmó el asesino de nuestros conciudadanos en su manifiesto putrefacto cargado de homofobia, nacionalismo, racismo y excrecencias ideológicas del mismo tenor

Europa avanza imparable hacia su unidad, consciente de que es la única forma de no volver al siglo XX. Juraj y Matúš fueron dos de sus hijo valientes, que se atrevieron a manifestar su amor en público, en una sociedad que aún no ha avanzado lo suficiente hacia la libertad y el reconocimiento de derechos. Puede que la conmoción de su asesinato suponga una reacción en cadena hacia ello, sin embargo, nadie debería morir en 2022 para ello, en esa gran patria de los derechos humanos, la libertad y la razón, inventada con los retazos de todas sus naciones históricas que inexorablemente será la Unión Europea, porque la mayoría de sus ciudadanos en todos sus rincones aman la libertad, la igualdad y tienen un sentimiento fraterno que hará que derrotemos a los fantasmas totalitarios e intolerantes del pasado.

Valentín González

Presidente de la Red Europea “Stop Hate Crimes”

Secretaría Internacional de Movimiento contra la Intolerancia