“He tenido que quitarme el velo para poder integrarme en la Universidad de Alicante”

Información.- Asma Sbai Oubouhou ha llevado velo hasta hace cuatro años. Y poco después de acceder a la Universidad de Alicante, -cursa actualmente cuarto de Sociología en la UA, a punto de acabar el grado- se vio obligada a quitárselo para que sus compañeros no le hicieran el vacío y poder integrarse plenamente en clase.

Según lleves o no pañuelo «te ven distinta», lamenta. Así lo ha contado en el transcurso del III Seminario internacional de Educación intercultural y derechos humanos, que sobre la prevención del racismo y la xenofobia se ha celebrado esta semana en el campus.

Obstáculos

“El velo es lo que hace más reconocibles a los musulmanes. Yo llevé pañuelo hasta hace cuatro años y he tenido que quitármelo porque crea muchos obstáculos y dificulta la integración en clase e imagino que también en el futuro laboral», insiste.

Junto a otros compañeros judíos y gitanos que también dieron testimonio directo de sus respectivas experiencias en las aulas, Asma lamenta que la gente piense en general y mayoritariamente que el pañuelo es algo impuesto. “No se considera que se decide personalmente. Lo he investigado y la mayoría de las veces es por voluntad, así que se podría no partir de esa presunción errónea”, subraya.

En la misma línea, se queja de que a las personas creyentes se les tache de ignorantes o de que se asocie el Islam con terrorismo. “Los profesores tienen en su mano cambiar esta situación porque la religiosidad forma parte de la identidad de cada uno, pero se le desprestigia por ello”, advierte.Religión

También comparte con sus compañeros, igualmente discriminados por su raza, que no puede hablar de agresiones como tal por motivos religiosos porque se entremezclan con la nacionalidad, pero sí se atreve a calificarlas de micro agresiones y en su gran mayoría de estudiante a estudiante.

«A la mujer musulmana se nos castiga mucho más, desde dentro y desde fuera», lamenta, y añade que se generan auténticos torbellinos que lo lían todo, como ha sucedido con el mundial de fútbol que ha propiciado el “contexto perfecto de rabia y cabreo para que se nos echen encima de los musulmanes y marroquíes. Simples comentarios y miradas hacen mucho daño y afectan a la salud mental”, advierte.

Así que propone que la UA forme al profesorado para que el alumno se sienta respaldado, y que además acondicione alguno de los muchos espacios con que cuenta para la integración y para el rezo musulmán.

Shally Cortés, igualmente alumna en el campus de San Vicente en proceso de terminar el trabajo de fin de grado en Literatura española sobre la cultura gitana, le costó de entrada que se admitiera que no iba a estudiar Sociología o Trabajo social por el simple hecho de ser gitana.

Ya ha escrito cuentos y la obra “Cuando callas las estrellas”, además de compaginar la carrera con tres hijos a los que trata de educar de forma que no prolonguen los tópicos con los que ella se ha cruzado.

Que el mayor, de 14 años, le dijera recientemente que si tiene una hija no le pasará como a ella, que de pequeña no le dejaron estudiar, le da esperanzas, aunque también está convencida de que el verdadero cambio debe venir de la mano del profesorado y del conocimiento.

“Preguntarnos a nosotros directamente -retó a cuantos quisieran oírle- porque es mentira que las bodas duren siete días”, y que ya está bien, añade, de guardar los móviles y cerrar los bolsos si hay una gitana cerca.

Como mujer y gitana también afirma haber sentido doble discriminación y ahora se dedica, cada vez que puede, a difundir la historia del pueblo gitano que ha sufrido más de 500 años de persecución.

“No somos dos millones de gitanos en España sino que dos millones de españoles son gitanos, ya estoy cansada”. Y concluye confesando que en la Universidad no ha tenido problemas pero precisamente porque es “invisible”, ya que le suelen decir que si es latina porque parece “normal”.