20minutos – La nueva ley trans mandata estudiar el abandono del lugar de residencia por sufrir rechazo o discriminación.
«El que se quedaba era el ‘mariquita’ del pueblo», cuenta Sergio Gallinas, de 38 años.
María Alonso se tuvo que llevar a su hijo del pueblo tras años de acoso y Teo Alises se fue para iniciar la hormonación.
«El primer recuerdo que tengo de una pareja de hombres cogidos de la mano fue veraneando conmi familia en Sitges a los ocho años», cuenta Sergio Gallinas. Como él, han sido miles los que han crecido en un entorno rural en el que la homosexualidad es algo que estaba —y en muchos casos todavía lo está— mal vista. La falta de referentes, la estigmatización de otras orientaciones o identidades sexuales y el qué dirán en una comunidad de pocos habitantes ha provocado que, a lo largo de las décadas, se produzca un éxodo del colectivo LGTBI+ hacia las grandes ciudades. La España vaciada se ha ido despoblando también por la falta de libertad entre quienes son considerados diferentes.
La mayoría emigra hacia las capitales de provincia, donde sienten que pueden ser quienes son, sin censuras. «Yo decidí salir de Palencia, porque ahí la homosexualidad era algo que todavía no estaba normalizado», explica Sergio, de 38 años. Tras haber pasado su infancia en San Cebrián de Campos, un pequeño pueblo de Castilla y León de apenas 500 habitantes, y su adolescencia en Palencia, tomó la decisión de marcharse con 18 años. «Tenía la posibilidad de ir a estudiar la carrera a Burgos, pero me pareció que iba a ser lo mismo, y al final me fui a Madrid», cuenta a 20minutos.
Este es un fenómeno conocido como ‘sexilio‘, término que además ha sido acuñado en la recién aprobada ley trans, donde se mandata estudiar hasta qué punto influye en España «el abandono de las personas LGTBI de su lugar de residencia por sufrir rechazo, discriminación o violencia». El texto incide, además, en que se trata de un asunto que podría llegar a contemplarse en un futuro como posible «causa de despoblación» dentro de las medidas que se impulsen para atajarla.
«El que se quedaba era el ‘mariquita’ del pueblo»
A Sergio Gallinas le costó años salir del armario. Desde pequeño sabía que «algo» le pasaba, pero en ningún momento se planteó que le pudieran gustar los chicos porque, afirma, «te educan para que te gusten las chicas». No fue hasta llegados los 14 años cuando empezó a barajar esa opción. «Tuve una experiencia y luego la negué. Ya después me fui a Estados Unidos de intercambio y decidí probar ahí. Me metí en un chat, donde intercambié fotos con otro chico, y me di cuenta de que me apetecía besarle. Ahí fue cuando lo acepté y decidí que quería salir de Palencia», explica.
En aquel entonces la etiqueta por no ser heterosexual quedaba fijada para siempre por la gente del pueblo. «Todos los gais se iban. El que se quedaba y no se le notaba llevaba una vida disimulada o se quedaba soltero toda la vida. Y al que se le notaba era el ‘mariquita’ del pueblo'», explica el palentino, ahora propietario de un restaurante en Madrid.
«En la ciudad eres uno más»
La discriminación puede darse en todos lados, pero las probabilidades de sufrirla suelen dispararse en las localidades más pequeñas. «La vivencia de tu orientación sexual y de tu identidad de género va a ser conocida por la mayoría», sostiene Mané Fernández, vicepresidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTBI+). En las ciudades, asegura, se vive «con mayor libertad» y desde el punto de vista de que «puedes vivir tu orientación con un respaldo social, e incluso de activistas y de organizaciones, que en un medio rural van a faltar».
Esa libertad que comenta Fernández la sintió también Sergio nada más aterrizar en la capital. «Me liberé. Hice un grupo de amigos con los que salía los fines de semana por el barrio de Chueca. Es algo que yo no había vivido nunca. Cambié hasta de forma de vestir. En Palencia, por ejemplo, vestía siempre con ropa ancha y aquí me ponía camisetas apretadas, pitillos brillantes… es como que reboté al otro extremo», relata.
«Hasta que asumí que podía naturalizarlo en el pueblo igual pasaron diez años»
Ahí también juega un papel crucial el anonimato. «En Madrid no te conoce nadie, puedes hacer lo que quieras. También hay una comunidad, ves a gente como tú, puedes ligar. Igual que un gay, un moderno del pueblo o un gótico que viene a la ciudad se siente más a gusto. Porque en el pueblo van a hablar de él si es diferente, y en la ciudad eres uno más», argumenta el palentino.
Sin embargo, Sergio volvía a meterse en el armario cada vez que regresaba al pueblo. Ni sus padres, ni sus hermanos, ni mucho menos los habitantes de su localidad sabían que era homosexual. «Tuve un periodo de huida, de no ir mucho, porque no sentía que fuera mi medio. Hasta que asumí que sí que podía naturalizarlo igual pasaron diez años», asegura.
«Llegué incluso a llevar a algún novio, pero claro, ahí era mi amigo. Con mis amigos de la peña nunca hablábamos del tema, hasta que un día caí en que hasta que yo no dijera algo, ellos no lo iban a naturalizar. Empecé a soltar comentarios como ‘ay, a ver si vemos a un chico guapo esta noche’… Y al final fue pasando el tiempo», explica. Hasta los 27 años.
«Mamá, aquí se respira libertad»
«Un día apareció mi hijo en casa con 16 años y me dijo: ‘si esto se llama vivir, yo ya me he cansado’. Cuando le cogí el brazo y vi las marcas que tenía, decidí que teníamos que irnos.». María Alonso y su hijo Diego también se fueron de Palencia tras años de sufrimiento. «Las niñas no querían jugar con él porque no era una niña y los niños, porque prefería las muñecas al fútbol«, explica esta mujer de 46 años. A Diego le insultaron, le discriminaron y le aislaron durante años. «Para mí era una fiesta el día que mi hijo llegaba y me decía que tenía un amigo, pero a los cuatro días se juntaba con el resto y se acabó».
En este caso fue ella, la madre, quien tomó la decisión de mudarse a otro lugar: a Málaga (Andalucía). «Aquí puede haber el típico tonto o majísimo, pero eso de que esté todo el mundo contra ti porque eres maricón no sucede», sostiene Alonso. «Mamá, aquí se respira libertad», le decía su hijo asomado a la ventanilla del coche en los primeros días de llegar a la ciudad andaluza.
En tan solo dos años, asegura, Diego ha ido cogiendo fuerza y ha conseguido dejar atrás todos los años de acoso. «Se ha venido arriba. Ahora sí que le gusta ir al pueblo, a Palencia, porque ahora se come el mundo y ya no le chulea nadie», concluye María.
Discriminación sanitaria
Teo Alises, de 33 años, tuvo que marcharse de Alcázar de San Juan, un municipio al noreste de la provincia de Ciudad Real (Castilla-La Mancha), para iniciar un tratamiento hormonal. «Ser trans me pilló de sopetón, porque no había referentes», relata el joven. Alises recorrió con 23 años más de 260 kilómetros, desde su ciudad natal hasta Córdoba, porque no tenía los recursos suficientes para empezar su transición.
Él tuvo la suerte de contar con una red familiar y de amigos que le apoyaron desde el primer momento, pero el problema que se encontró hablaba de otro tipo de discriminación: la sanitaria. «Si hubiese tenido la posibilidad de contar con los recursos en mi ciudad, todo hubiera sido mucho más fácil y no tendría que haber empezado de cero en otra ciudad», lamenta.
Faltan referentes y educación en igualdad
Algo en lo que coinciden todos es en que, aparte de un refuerzo de la educación en igualdad en los colegios, todavía escasean los referentes en el medio rural. El propio éxodo del colectivo LGTBI genera un círculo vicioso que hace que los pueblos queden sin representación en muchos casos. «Falta activismo, visibilidad, presencia de los colectivos. A veces nos hace muy difícil poder llegar porque nos movemos en la vorágine del trabajo a nivel macro», reconoce el vicepresidente de FELGTBI+.
«En los pueblos no hay iguales. Ya de por sí somos pocos, y estamos desperdigados. Y el no tener a alguien con quien sentarte que te diga: ‘yo también he pasado por esto’, lo hace difícil. Yo lo que echo en falta es que haya personas trans en zonas rurales, en la cultura, en cargos importantes… para que quienes empiezan ahora su transición vean que hay muchas formas de ser».
Esto es, de hecho, a lo que Teo dedica gran parte de su tiempo desde la Asociación Plural LGTBI Mancha Centro. «Hacemos acompañamientos, ofrecemos información, charlas en institutos y colegios, días de encuentro entre iguales… Celebramos el orgullo rural, en nuestra localidad y localidades de la región. Todo con el objetivo de visibilizar y dar a conocer la diversidad de género y de orientación sexual, que también está en los entornos rurales», explica.
El otro punto clave es la educación afectivo-sexual en las escuelas. «Pienso que se hace muy mal desde los colegios, porque en nuestro problema podrían haber ayudado y no lo hicieron», lamenta María Alonso. No es más que enseñarles desde pequeños a que naturalicen que existen distintas orientaciones e identidades sexuales, varios tipos de familia y, en general, muchas formas de ser. Como reza un cartel colgado en la casa de Sergio Gallinas: «La solución a la LGTBIfobia es educación en las aulas».